a cada paso una piedra y luego una sombra y después
el infinito río que gime sus esquinas en la mirada:
el verde lava la memoria y se sacrifica en las pupilas
sin que éstas aprendan del ver nada; la mirada niña aprende
a decir palabras feroces, imprecisas, casi aberturas
de una herida que no tenía por qué serlo.
mientras, en el rojo amanecen alas que zurean y a la tarde
anidan como si el mundo fuera poco: la costumbre
de recostarse y no ver sino el viento en los huesos,
la arena jugando en el disfraz de la muerte.
azules labios que escriben su aliento en la gota
de la lluvia, enfermas hojas burladas ya en la noche,
junto al sueño sedientas: la cumbre de la luz
es su propio abismo.
así la raíz del pecho que crece desterrado y casi sin cielo
mirando al otro abismo que es el espejo.
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