enmarcados en su fina lumbre, fuego o cuanto de gargantas
su nacimiento de la nada sea,
el canto: ese vidrio quebrado donde las manos incomodan
y llaman al huir, a los poros a sudarse y escribirse
dentro de otros,
a la hora a sumergirse en los círculos que miran y miran
y dan a la tarea su línea:
la del punto final.